La entrada de urgencias del hospital principal de la Universidad de Temple, en Filadelfia, registra una invasión de pacientes con síndrome de abstinencia a la mLa entrada de urgencias del hospital principal de la Universidad de Temple, en Filadelfia, registra una invasión de pacientes con síndrome de abstinencia a la m

Letal también en la abstinencia: qué es la medetomidina, la poderosa nueva droga que tiene en vilo a Estados Unidos

2025/12/26 03:29

NUEVA YORK.– Alrededor de las 2, Joseph sintió que el síndrome de abstinencia lo invadía de forma repentina y absoluta. Cayó al suelo mientras tenía convulsiones y vomitaba con fuerza. Empezaron los delirios y las alucinaciones.

Despertó a su amiga, que lo había dejado entrar antes para ducharse, lavar la ropa y dormir un poco. “¿Tienes unos cuantos dólares? –le suplicó–. Necesito ponerme bien”.

La amiga, una trabajadora social que llevaba años intentando que se sometiera a tratamiento, alzó la mirada para verlo de pie junto a ella, delirante y desconcentrado. “O te vas o me dejas llamar a una ambulancia”, le exigió.

Poco después de utilizar fentanilo mezclado con medetomidina, la gente se desmaya bruscamente

A sus 34 años, Joseph (que, junto con su amiga, relató aquella noche durante entrevistas con The New York Times) había pasado muchas veces por la abstinencia de opiáceos: en las calles de Filadelfia, en la cárcel, en rehabilitación. Pero nunca había experimentado algo tan aterrador y devastador como esto.

Una nueva droga se ha estado mezclando con el consumo de fentanilo en Filadelfia y se extendió a otras ciudades del este y el centro oeste de Estados Unidos: la medetomidina, un potente sedante veterinario que provoca desmayos casi instantáneos y, si no se consume cada pocas horas, provoca síntomas de abstinencia potencialmente mortales.

La medetomidina creó un nuevo tipo de crisis de drogadicción, provocada no por una sobredosis, sino por la abstinencia.

Desde mediados del año pasado, los hospitales de Filadelfia se vieron desbordados por la llegada de pacientes con lo que los médicos identificaron como síndrome de abstinencia a la medetomidina. Aunque el ritmo cardíaco disminuye de manera drástica justo después del consumo, en el síndrome de abstinencia ocurre lo contrario: el ritmo cardíaco y la presión sanguínea aumentan de forma catastrófica. Los pacientes experimentan temblores y vómitos imparables. Muchos necesitan cuidados intensivos.

Joseph (de espaldas) con Gary Zavodnick, voluntario de Everywhere Proyect, mientras la gente hacía fila para recibir comidas gratuitas en el barrio de Kensington de Filadelfia

Joseph no tuvo tiempo de ir a un hospital. Su corazón latía tan frenéticamente que se sentía atrapado en un interminable ataque de pánico. Empapado de sudor, con arcadas y un dolor ardiente en los nervios, tomó los billetes que su amiga le había arrojado con rabia y salió de su casa en el sur de Filadelfia. Se tambaleó por la calle oscura, con la esperanza de comprar la droga suficiente para sentirse menos descompuesto.

Una ciudad bajo un nuevo asedio

Filadelfia fue durante mucho tiempo un centinela en la siempre cambiante crisis de las drogas del país. Fue hace solo unos años cuando la xilacina, un tranquilizante para animales grandes que puede causar necrosis y abscesos en el tejido humano, apareció en el fentanilo por todo el barrio de Kensington, asolado por la droga. Pronto empezó a extenderse por todo el país.

Ahora la xilacina está desapareciendo de Filadelfia, sustituida por la medetomidina, un sedante y anestésico veterinario de 30 años de antigüedad que es hasta 200 veces más potente. Se detectó en el 91% de los suministros de fentanilo analizados en la ciudad, según el Centro de Investigación y Educación en Ciencias Forenses, un laboratorio nacional de control de drogas.

En el síndrome de abstinencia, algunos pacientes se vuelven mudos, parecen inconscientes mientras defecan en el suelo o vomitan sobre las enfermeras. La altísima presión sanguínea puede causar daño cerebral.

“Nuestras UCI se vieron desbordadas”, dijo Daniel del Portal, médico de urgencias y administrador del hospital Temple Health, y añadió que los profesionales, los trabajadores de emergencias y los equipos de asistencia ahora hablan de “la crisis de abstinencia”.

Según los registros de salud pública de Filadelfia, en los nueve primeros meses de 2025 hubo 7252 ingresos en los servicios de urgencias de los hospitales por síndrome de abstinencia, mientras que en 2023 hubo 2787 en todo el año.

También se registraron casos de medetomidina en Massachusetts, Maryland, Carolina del Norte, Florida, Misuri, Colorado, Ohio y, cada vez más, en Nueva Jersey y Delaware. En Chicago hubo algunos casos. Pittsburgh está empezando a inundarse de ellos.

Kelli Murray, una adicta en recuperación y especialista en apoyo entre iguales, dijo que la medetomidina tiene un efecto terrible en las personas a las que intenta ayudar

Desde la sombría perspectiva económica de un traficante de drogas, la medetomidina es una opción inteligente. Se fabrica sobre todo en China y puede comprarse barata por internet a proveedores de medicamentos veterinarios y productos químicos para investigación. Es tan adictiva que los traficantes no necesitan mezclarla mucho con fentanilo.

Inmediatamente después de inhalar, inyectarse o fumar fentanilo con medetomidina, los consumidores se desploman. A las 8.30 de un ajetreado día entre semana, la gente estaba tendida a lo largo de la avenida Kensington, ajena al ruido de los trenes y las sirenas de las ambulancias. Un hombre yacía de lado, encima de su propio brazo y una pierna. Otro yacía boca arriba, con la cabeza apoyada en el borde de la acera. Cuando el efecto de la droga desaparece, la gente vuelve en sí, por fin despierta debido a un nuevo deseo intenso de drogarse.

Kelli Murray, especialista en apoyo mutuo del Programa de Medicina de la Adicción de la Universidad de Pensilvania, llevaba un carrito lleno de pantalones deportivos, ropa interior, desodorante, botellas de agua, Doritos y kits para curar heridas.

Jessica, una joven delgada y frágil, se acercó tambaleándose al carrito y sacó una sudadera con capucha. Dijo que se sentía prisionera de la droga: “No sé cómo dejarla. Me está volviendo loca”.

Murray, que está en recuperación, le preguntó: “¿Quieres venir al hospital?”. Jessica negó con la cabeza. “Tengo demasiado miedo”, explicó.

La gente tiene tanto temor al síndrome de abstinencia que muchos se niegan a ir a los centros de tratamiento, temen que no tratarán de manera adecuada sus síntomas. Algunos dicen que llegan al hospital, pero pasan horas en una situación de angustia creciente, viendo cómo atienden primero a pacientes con otras urgencias, como accidentes de auto o apuñalamientos. Agonizantes, se marchan a medicarse a la calle.

Una última dosis

Joseph –que pidió ser identificado por su segundo nombre para proteger su intimidad– había salido de muchas salas de urgencias.

Aquella fría noche del pasado abril en la que su amiga lo echó de su casa, Joseph se dirigió a los empujones al subte de South Philly para encontrarse con su dealer. Cuando se abrieron las puertas a las 3.30, se acurrucó en un rincón para protegerse del viento y luego se coló en el primer tren.

Brendan Hart, médico de urgencias y adicciones de Temple, alarmado por el aumento de las sobredosis, envió un mensaje de texto a un investigador del Departamento de Salud Pública

Hizo un balance de su vida. Hacía meses que no podía visitar a sus hijos. No recordaba cuánto hacía que no trabajaba en la construcción. Y acababa de pedir dinero para drogas a la mujer a la que llama su “hermana”, la única persona que siempre había estado a su lado.

Su cuerpo era una ruina: las costras de xilacina en un omóplato le picaban sin cesar, las venas cerradas por inyectarse, los senos nasales hinchados por la inhalación de droga, la cavidad nasal ensangrentada y supurante.

Se saltó la parada y dio la vuelta. Una mujer drogada lo miró. “Tienes que ir a un hospital”, le dijo. Con sus últimos 3 dólares compró una dosis pequeña, lo justo para poder llegar a un hospital por sus propios medios. Esta vez quería dejar de consumir. Estaba listo.

Fue un viaje más en el subte, entre sacudidas. Cuando cruzó tambaleándose las puertas del hospital, el efecto rápido de la droga había desaparecido y el síndrome de abstinencia hacía estragos. Lo ingresaron de inmediato.

La oleada de Filadelfia

La invasión de la medetomidina en Filadelfia comenzó el último fin de semana de abril de 2024, con los servicios de urgencias desbordados por más de 100 casos inusuales de sobredosis de opioides. Aunque los pacientes volvían a respirar tras la administración de medicación para revertir la sobredosis, no se despertaban y permanecían fuertemente sedados hasta doce horas, apenas con 30 latidos por minuto.

El jueves 2 de mayo, Brendan Hart, médico de urgencias y adicciones de Temple, alarmado por el aumento de las sobredosis, envió un mensaje de texto a un investigador del Departamento de Salud Pública.

La ciudad había estado enviando muestras de drogas recogidas al laboratorio nacional de análisis forense de drogas, que se encuentra fuera de Filadelfia.

El 3 de mayo, el investigador envió un mensaje de texto a Hart: “Se detectó medetomidina por primera vez en nuestro suministro esta semana”.

La medetomidina había estado apareciendo en muestras dispersas en el centro oeste, aunque nada parecido a la oleada de Filadelfia. Daniel Teixeira da Silva, que dirige los servicios relacionados con el consumo de sustancias del Departamento de Salud, se reunió con médicos y equipos de alcance comunitario de toda la ciudad. Diez días después, el departamento envió una alerta a los hospitales. Una semana después, el laboratorio de análisis de drogas emitió una alarma a escala nacional dirigida a los trabajadores de emergencias, médicos forenses, equipos de reducción de daños y funcionarios de salud pública.

Daniel Teixeira da Silva dirige los servicios relacionados con el consumo de sustancias del Departamento de Salud

Toxicólogos de laboratorio y médicos de Temple, la Universidad de Pensilvania y la Universidad Thomas Jefferson colaboraron en la publicación de estudios de casos y en la organización de seminarios web para difundir la noticia. En un principio se enfocaron en la sedación extrema.

Pero meses después, a medida que más personas se hacían dependientes de la mezcla de medetomidina y fentanilo, surgieron sus verdaderos horrores. Pacientes con frecuencias cardíacas que alcanzaban los 170 latidos por minuto (la frecuencia normal en reposo oscila entre 60 y 100) llegaban en ambulancia no solo desde la calle, sino desde centros de tratamiento de adicciones y celdas de la policía. Los médicos “probaron de todo”, como dijo uno de ellos, para contener la abstinencia. Se les administró una perfusión intravenosa de dexmedetomidina, un sedante de uso humano, primo de la medetomidina. Ahora, el Departamento de Salud distribuye tarjetas del tamaño de la palma de la mano sobre la medetomidina con instrucciones de tratamiento para las personas con síndrome de abstinencia.

Mientras los pacientes llenan las camas de cuidados intensivos, los hospitales debaten cómo frenar los efectos en cascada. Los costos hospitalarios se disparan. Como la abstinencia de medetomidina aún no es un diagnóstico reconocido que requiera una hospitalización prolongada, el reembolso es limitado.

El contador empieza a correr incluso antes de que el paciente sea ingresado: en un período de seis meses este año, una ambulancia especial de cuidados intensivos transportó a 255 pacientes desde la unidad satélite de Temple en Kensington a su hospital principal, un trayecto de 3,2 kilómetros que dura 11 minutos. A finales de año, se espera que el costo para el sistema de salud solo por ese transporte alcance los 2 millones de dólares.

Y una vez estabilizados estos frágiles pacientes, los médicos se debaten sobre cómo darles el alta de forma segura, pues muchos de ellos no tienen hogar y otros tienen problemas cognitivos temporales.

Ahora, con las bajas temperaturas en el hemisferio norte, a Teixeira da Silva le preocupa que la gente se desmaye en la calle a causa de la medetomidina, lo cual presenta “una crisis de salud pública por sedación prolongada”. ¿Cómo debe tratar el personal de urgencias a una persona sedada por la medetomidina cuya ropa y piel mojadas quizás estén congeladas en la acera?

“Si llamamos a los servicios de emergencia para todas las personas que estén sedadas y expuestas al frío extremo, ¿qué va a pasar con nuestros hospitales?”, preguntó.

Después de la desintoxicación

Hace unas semanas, Joseph se abrió paso por una acera llena de gente junto a la avenida Kensington; charló con la gente que hacía fila para recibir servicios y con las personas que los ofrecían. Todos los sábados, la organización sin ánimo de lucro Everywhere Project proporciona alimentos, ropa, enfermería de primeros auxilios, suministros para el consumo seguro de drogas y flores a hasta 500 personas. Los organizadores calculan que quizá tres cuartas partes de ellos consumen drogas. Joseph es un voluntario habitual. Hasta mediados de año, había sido un usuario habitual.

Una tarjeta del tamaño de la palma de la mano distribuida por las autoridades de Filadelfia con información para personas en abstinencia de medetomidina

“Aquí puedo ser yo mismo con todo el mundo –dijo Joseph–. La gente me ha visto en mis mejores y peores momentos un par de veces”.

Ya no era un joven de aspecto demacrado, con el pelo alborotado y enmarañado y la cara ensangrentada de un boxeador que perdió la pelea. Este Joseph lucía un corte rapado, bigote y barba bien recortados, y un cuerpo que se movía con seguridad, tras haber recuperado 18 kilos.

Después de que lo ingresaron aquella noche de abril, pasó siete días en el hospital, la mayor parte en cuidados intensivos. Un día, todavía con dolores de abstinencia, alucinó que tenía dinero para comprar drogas. Se arrancó las vías intravenosas mientras murmuraba que necesitaba ponerse bien.

“No quería volver a pasar por eso, pero tampoco quería seguir consumiendo”, recordó. Agotado, se tumbó en la cama.

Otro día, cuando sus signos vitales parecían estables, lo trasladaron a un piso de cuidados intermedios. Unas horas más tarde, con el ritmo cardíaco por las nubes, lo llevaron de nuevo a cuidados intensivos.

Cuando lo dieron de alta, Joseph quiso seguir desintoxicándose. Los trabajadores sociales del hospital le buscaron una cama en un centro de rehabilitación, donde empezó a recibir asesoramiento individual y en grupo. Los médicos ajustaron con cuidado sus medicamentos, que incluían clonidina para la hipertensión relacionada con la medetomidina y metadona para la adicción al fentanilo. Después de 46 días, se trasladó a una casa de rehabilitación grupal, que ahora dirige.

Joseph sabe que tiene que mantenerse alerta: una vez recayó tras casi dos años sobrio. Se mantiene ocupado a propósito: visita a sus hijos, asiste a reuniones, hace trayectos de una hora de ida y otra de vuelta a la clínica de metadona, trabaja como voluntario y tiene un empleo de 9 a 17 en ventas telefónicas.

Aún no se recuperó de la niebla mental, y hablar con desconocidos todo el día desde un escritorio le resulta agotador. “Pero puedo ser amable con la gente e intento hacer las cosas lo mejor que puedo”, comentó.

Con seis meses de sobriedad hasta ahora, lo más probable es que sea demasiado pronto para que trabaje como voluntario en Kensington, expuesto a las mismas “personas, lugares y cosas” –como dicen los manuales de recuperación– que pretende dejar atrás.

Pero, dijo: “Me gusta mostrar a la gente que esto es lo que hay al otro lado. Que no está tan lejos, que está a su alcance”.

Algunos sábados, le sudan las palmas de las manos al sentir la atracción de la droga. Pero, a lo largo de la cuadra, Joseph también ve lo que le esperaría si llegara a consumir un poco. Mientras avanzaban las filas para la comida, un hombre escuálido sentado con las piernas cruzadas en el borde de la acera y sus escasas pertenencias a un lado se desplomó bruscamente.

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