Pablo La Padula con su autorretrato que donó al museo de anatomía de NápolesPablo La Padula con su autorretrato que donó al museo de anatomía de Nápoles

Ciencia, arte e historia se trenzan de forma inesperada al fuego del argentino Pablo La Padula

2025/12/21 17:00

NÁPOLES. – De los sorpresivos salpicones con sal gruesa al omnipresente cuernito colorado para la fortuna, la superstición recibe en las calles de Nápoles casi con tanta presencia como el carisma, el alboroto y las delicias características del sur de Italia. No hace falta alejarse más de cien metros de la estación central para que la primera pasticceria declare públicamente su amor a la factura más rica del mundo –Cuori di sfogliatella, se lee en la marquesina– ni hay que dar muchos pasos más para empezar a palpitar en cada cuadra la pasión de esta ciudad por Maradona. Autos y autitos, motos y motitos, tocan bocina y avanzan sin esperar que nadie se aparte, en los pasajes más angostos así como por la ancha avenida Toledo. La gente se agolpa, levanta la voz, algunos sacan a relucir un intempestivo mal humor, como el hombre de la tienda de pescado frito, que deja esperando en la vereda religiosos “diez minutos” aunque no haya nadie delante reclamando su cono de bacalo y cornalitos. Al frente, unas modestas unidades monoambiente se dejan ver a través de las ventanas abiertas: tienen tan poco espacio dentro que usan la fachada de baulera y cuelgan a la vista desde triciclos, barrenadores y un reno que quedó de la Navidad anterior hasta la escoba y el cuadro de Diego Armando como el Sagrado Corazón.

Nada nuevo dirá una turista o el hombre de mundo que ya tuvo antes su excursión por la ciudad de Elena Ferrante y Erri de Luca. Error. No miente la frase hecha que dice que siempre hay algo nuevo por descubrir. Y en este caso, tras cruzar el barrio de San Lorenzo, aparece el Museo Universitario delle Scienze e delle Arti (MUSA), hasta donde llegó la bienal de arte contemporáneo Bienalsur con la primera y una de las más sorprendentes propuestas del capítulo italiano (las otras se desplegaron principalmente entre Roma y Milán). Hasta el 30 de enero se puede visitar en la sala principal de la institución el proyecto de Pablo La Padula (Buenos Aires, 1966), una exposición curada por Diana Wechsler que revolucionó puertas adentro a alumnos, profesores, no docentes y al propio artista y biólogo argentino, quien tras una residencia de un mes en el claustro académico dio cuerpo –nunca mejor dicho– a la instalación Anatomía de las cualidades, que interviene las colecciones permanentes del siglo XVIII y XIX. Es decir, entre vitrinas con frascos de formol, conjuntos de huesos, momias y piezas petrificadas –que al calor del relato de los anfitriones distan mucho de la morbosa frialdad con la que podrían mirarse: todo espécimen tiene detrás a un ser humano–, la ciencia, el arte y la historia se trenzan de forma tan atractiva como inesperada.

Aunque las colecciones del MUSA son científicas, muchas piezas tienen una fuerte dimensión artística

Ni bien se ingresa a esta sede de la Universidad Luigi Vanvitelli, un antiguo edificio vecino de un monasterio de monjas de clausura y del Hospital de los Incurables (abierto en 1550 para tratar a pacientes con sífilis), un gesto de buenos augurios indica que todo irá de bien para mejor allí adentro. En el fresco corredor central se disponen grandes mesas para que los estudiantes de Medicina abran a sus anchas libros de papel, tomen notas a mano, subrayen con resaltadores, copien mapas de arterias y observen maquetas musculares y óseas: pareciera que la pacífica rebelión de decenas de jóvenes analógicos en el siglo XXI se vive silenciosamente en una facultad del primer mundo.

“Cuando lleguen, pedí hablar con Raoul Basile, que fue como un gran productor de la muestra, y con el director, Michele Papa, de la cátedra de Anatomía, un hombre muy culto. Ellos te podrán contar bien cómo fue la experiencia”, recomendaba La Padula desde Buenos Aires. Y no se equivocaba, claro. El arquitecto Basile, coordinador de proyectos del MUSA, y Papa, responsable del sistema museístico universitario –que incluye además otras cuatro colecciones en diferentes locaciones: de farmacia, de arte contemporáneo, de arquitectura e ingeniería–, reciben entusiastas a un reducido grupo de periodistas argentinos entre los que se encuentra LA NACION. Durante la siguiente hora y media, con toda su sabiduría y un don de oratoria que ameritaría tener su propio canal de streaming, el profesor conducirá un viaje de conocimiento, entre sorprendentes hechos reales y curiosas anécdotas, que culminará en una primera y sensible consideración sobre el impacto que produjo la presencia del artista argentino aquí: “el lugar lo cambió a él y él cambió el lugar”.

El profesor Michele Papa, director del museo, guio un recorrido apasionante por las colecciones e invitó a mirarlas desde los ojos del arte contemporáneo:

“Es la primera vez que recibimos una instalación de arte contemporáneo site-specific –reseña Basile, de pie, bajo una placa de mármol que reza oum lucem habetis, “Mientras tengan luz”, una frase que puede leerse como una exhortación a aprovechar el presente–. Pablo trabajó en contacto directo con las colecciones, con los estudiantes, el personal, los docentes, con nosotros. Creemos que su crecimiento y el de la obra fue sensacional y estuvo profundamente conectado con toda la estructura del museo. Su experiencia se transformó gracias al contacto cotidiano con este lugar y eso influyó en la realización final de un trabajo que terminó siendo distinto de la idea inicial. Para nosotros fue muy importante, porque la relación directa con el artista nos permitió crecer como museo, como instalación y como comunidad. Y poner en diálogo la historia de la medicina y nuestro patrimonio con el arte contemporáneo fue lo más importante, sin dudas”.

Con 153 ejemplares impresionantes, la sección de malformaciones fetales también fue intervenida por La Padula, con una serie de geometrías

En un sentido estricto, desde el vamos los especialistas recalcan que este no es un museo didáctico; es decir, aunque las colecciones son científicas, muchas piezas tienen una fuerte dimensión artística. “Los profesores de Anatomía que las crearon no buscaban solo transmitir información, sino también provocar una emoción”, sigue Basile, que precisa que reciben unos diez mil visitantes por año. Y como ejemplo contrapone el Atlas de grandes dimensiones de Paolo Mascagni, que representa perfectamente la anatomía con fines pedagógicos, con muchas de las preparaciones que se aprecian del otro lado de los vidrios (hay, por ejemplo, unos moldes vasculares con cualidades escultóricas que se asemejan a corales o cortezas de árboles y tienen una clara intención estética). A propósito, el mencionado libro de 1823 –que recibe ni bien se traspone la puerta con esos azules y rojos intactos, le ganaron la carrera al tiempo– hará al final un link conceptual con la instalación de sitio específico que motivó este viaje hasta el kilómetro 11.195 de la cartografía que la bienal producida desde la Argentina despliega sobre el mapamundi.

Así como Wechsler, directora de Bienalsur junto con Aníbal Jozami, resalta que este proyecto permite ver las maneras en las que el arte contemporáneo se inserta en otras realidades, los anfitriones acortan los tramos que separan ciencia y arte. “Esto –en referencia a su acervo– es arte verdaderamente contemporáneo. Es cuestión de tomarse un momento para distanciarse mentalmente del hecho científico; se puede encontrar una obra de arte en cada ejemplar. Y eso es lo que realmente le gustaba a Pablo de vivir el museo cada día. Tenía mil inspiraciones. Claramente, quedarse aquí mucho tiempo es una cosa y visitarlo una vez es otra”.

Tragedia, belleza y arte

El primer capítulo del recorrido es locacional y eminentemente histórico, y se abre debajo de nuestros pies, porque los cimientos conectan con el origen de Nápoles, una ciudad construida sobre una red de túneles y cavernas (en las estaciones del subterráneo, por ejemplo, las pruebas de ello quedan a la vista). “Este lugar se encuentra en el núcleo más antiguo de la ciudad, sobre una colina que en la antigüedad era la acrópolis. Bajo el edificio existen restos de murallas griegas de hace 2500 años. La ciudad está excavada en toba volcánica, lo que explica la existencia de la famosa ‘Nápoles subterránea’. Estas cavidades fueron utilizadas como cisternas de agua y, durante la guerra, como refugios antiaéreos. Porque Nápoles fue la ciudad más bombardeada de Italia durante la Segunda Guerra Mundial, un puerto estratégico para el suministro de armas hacia África”, explica Papa. A propósito de líneas de tiempo, el profesor también dirá que esta universidad, que acaba de cumplir 801 años, es una de las más antiguas del mundo, aunque reside en este Complejo Santa Patrizia desde el 1900.

El Museo delle Scienze e delle Arti pertenece a una de las universidades más antiguas del mundo, la Luigi Vanvitelli, que acaba de cumplir 800 años

En el comienzo, vemos copias de instrumentos quirúrgicos romanos realizadas en el siglo XIX en bronce, donadas al museo por un diplomático. Son réplicas de objetos encontrados en Pompeya y Herculano. “Europa estaba fascinada por la antigüedad grecorromana, y estos elementos se regalaban a reyes y reinas como símbolos culturales”, señalan.

Una figura central del museo parece ser Efisio Marini (1835-1900), científico sardo del siglo XIX obsesionado con vencer a la muerte, que revive en el relato del guía. Podría ser el protagonista de un libro de Mary Shelley o del gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro, aunque lo suyo está puramente basado en hechos reales. Marini desarrolló una técnica de momificación con una particularidad que lo hizo famoso y requerido, porque mantenía los cuerpos flexibles y aparentemente vivos. “Algunos de sus preparados siguen siendo hoy blandos al tacto”, revela el profesor, y señala en particular uno de los altos frascos cilíndricos donde se preservan antebrazos humanos en líquidos ámbar, sin aparentes signos de petrificación. “Sus técnicas impresionaron incluso a laboratorios modernos”, sigue Papa, que recuerda una anécdota de hace solo unos años, cuando el museo envió una pequeña muestra de uno de estos cuerpos que datan de 130 años a un laboratorio de patología de Génova sin decir de qué se trataba y los técnicos dictaminaron que era tejido fresco. El caso es que Marini corresponde a una época en la que Europa estaba fascinada por Egipto y las momias. Nobles y familias ricas pagaban grandes sumas para terminar como los faraones. “Era como una momiamanía, una moda”. Se menciona el caso de un famoso banquero de Nápoles y el de una mujer ahogada en el Sena, cuyo cuerpo nadie reclamaba, pero lo preservaron con estas técnicas para alimentar la esperanza de que alguien pudiera identificarla alguna vez (spoiler alert: nadie lo hizo aún).

El cráneo de Giuditta Guastamacchia, una mujer implicada en un asesinato a principios del siglo XIX, cuya historia de película se narra en la visita

Así, el MUSA conserva preparaciones humanas “reales” (un adjetivo que se ven en la obligación de reafirmar en cada paso, ante cada consulta), incluyendo disecciones, órganos, esqueletos de niños y adultos, fetos con malformaciones, gemelos siameses y casos rarísimos documentados en hospitales cercanos. “Muchas personas confunden algunos de estos cuerpos con animales, pero son humanos nacidos sin cerebro o con graves malformaciones. También hay una cabeza reducida (jíbaro), traída desde América del Sur en el siglo XX. No se sabe su origen exacto, por lo que no ha sido restituida”. Otro alto en el camino está junto a la vitrina que conserva parte del cuerpo de un pseudo hermafrodita, que desata una conversación sobre las complejidades de la biología, sí, pero también de las dificultades de la vida de un “niño” que escondió sus pechos y se convirtió en “sargento del ejército austríaco”.

“Esta es la bellísima historia de un fantasma”, inaugura Papa frente a una serie de cráneos la narración memoriosa del caso de Giuditta Guastamacchia, una mujer implicada en un asesinato a principios del siglo XIX. Sus restos fueron estudiados por pioneros de la psiquiatría mediante la frenología, una pseudociencia que intentaba relacionar la forma de los huesos de la cabeza –protuberancias y hundimientos– con la personalidad. “Hoy sabemos que esas teorías eran erróneas, pero forman parte de la historia de la medicina”, aclara. Con la curiosidad como excusa, vale pegar “la ñata contra el vidrio” para buscar y rebuscar en el mapa dibujado sobre la calavera de la dama si alguna zona se refiere a estas supuestas tendencias delictivas innatas, algo así como una criminalidad por naturaleza. En cambio, se advierten otras áreas destacadas como el marcado con el número 7, que hablaría de la “astucia”, o el 5, relacionado con la “combatividad”. ¿Y el fantasma? Cierto. Giuditta vivió un amor prohibido con un sacerdote que, para disimular y evitar que los rumores corrieran por los barrios bajos, la casó con su sobrino, quien con el tiempo descubriría la verdad y denunciaría a los dos adúlteros. Después de eso, ya nada podía seguir bien: ella mató al marido (con la ayuda de su padre y un amigo de él, cuyos cráneos también se exhiben en el mismo estante) y ella terminó en la horca. Y como se dice que su alma no descansa en paz, surge la leyenda del fantasma.

Retrato de uno de los alumnos de la Facultad de Medicina que participó del proyecto del artista y biólogo argentino

Retratos sellados a fuego

Historias fascinantes y macabras como estas parecieran no agotarse. Alguna vez, organizadas como libreto dramático, motivaron una obra teatral en plena sala: en el celular del profesor quedó guardado un registro con actores que encarnaron el culebrón de Giuditta. Todas ellas también son parte del contexto con el que dialoga la obra del artista biólogo argentino. ¿De qué se trata entonces Anatomía de las cualidades? En palabras de La Padula, traducidas del texto de sala: “Teniendo en cuenta la profunda tradición museográfica de la biomedicina desarrollada a lo largo de sus cinco siglos de historia, la instalación propone una investigación relacional y derivada sobre las diferentes materialidades de la historia de la anatomía y sobre las formas efectivas de presentar y de fijar el cuerpo biológico expuesto ante la lente de la objetividad (...). Al introducir una dimensión subjetiva, presumiblemente ausente en piezas científicas, esta intervención entrelaza el elemento experimental, la dimensión personal, la sensualidad y un presente situado en el estudio de los vivos. Las nuevas formas estéticas experimentales del arte podrían arrojar luz especulativa sobre regiones que aún no están claras, donde la ciencia puede expandir su racionalidad y capacidad explicativa”.

La instalación se compone de tres partes o tres actos. Por un lado, se integra en la colección de 153 ejemplares de fetos malformados e interviene el interior de las vitrinas con pequeñas placas que llevan grabadas figuras geométricas, una dimensión misteriosa que corre el foco de esas patologías tremendas y antiquísimas (no por nada esa sección del museo se denomina “de la monstruosidad fetal”).

Otras piezas sobre papel son aquellas creadas con la participación de la gente de la facultad, que dejaron la marca de sus brazos, manos y rostros impresos con humo como si fueran radiografías o negativos fotográficos. “Cada gesto quedó fijado como una huella emocional irrepetible”, observa Papa, mientras todos manipulamos las grandes páginas de ese libro de anatomía contemporánea vivo y desmembrado (las hojas están sueltas) que –ahora se entiende perfectamente por qué– se enlaza con aquel otro ejemplar de la entrada. La obra puede tocarse, creando un contacto directo. “Su trabajo no fue impuesto, sino construido colectivamente”, recalca el profesor. Las fotos que dan cuenta del proceso de los días en el aula-laboratorio no hacen más que transmitir esa sensación de curiosidad, entusiasmo y súbito protagonismo de los jóvenes participantes.

Estudiantes, colaboradores, protagonistas: un grupo de jóvenes puso manos (y brazos) a la obra

Y por supuesto está la pieza central del conjunto: un autorretrato tamaño natural de La Padula, recostado, grabado a fuego sobre vidrio (el vidrio, claro: superficie donde la medicina fija los tejidos), y exhibido sobre una mesa iluminada; visto en detalle, hasta deja apreciar las líneas de la camisa y el corderoy que llevaba puesto cuando lo realizó. En la técnica de la pintura con humo, la imprimación del cuerpo de La Padula, inicialmente bocetado como un muñeco de humo negro, se parece a aquellos clásicos herbarios que incluso él mismo alguna vez exhibió. No es la primera vez que realiza una obra semejante: el hombre de humo tuvo un antecedente hace unos años, en el Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires. Finalmente, la obra, donada al museo napolitano, se quedará de forma permanente en exposición.

Decía el artista en octubre, durante el populoso acto de inauguración que no olvidarán en el MUSA y que se puede revivir en un video de Youtube: “La obra que traigo al museo es un estudio anatómico en clave perceptiva, sensual, visual, no mecánica, sino una anatomía de la cualidad, que empieza en cómo la propia persona se siente y cómo es. La obra comienza con un autorretrato, que soy yo en clave cotidiana, con la ropa que uso todos los días, esa es la dimensión que trabajé en el claustro de Anatomía. Entré en diálogo con el cuerpo de estudiantes y profesores, que participaron y se integraron a la obra, dejaron su huella sobre humo, de la misma forma que mi autorretrato”. De vuelta sobre la decisión de poner su cuerpo sobre la mesa, más adelante, dirá algo que durante la visita se ha podido comprobar incluso en las secciones más inesperadas: “Apela a la anatomía sensible: los cuerpos tienen nombre y apellido”.

El fuego y el tizne son la materialidad con la que La Padula trabajó las obras de

La Padula, que coordina el Centro de Arte y Naturaleza de la Untref –no reparamos aún en que este es también un intercambio entre dos universidades, la de Tres de Febrero en Buenos Aires y la Luigi Vanvitelli, en Nápoles–, participa de Bienalsur desde la primera edición, hace diez años. Por su lado científico (Conicet), investiga en un laboratorio de experimentación biológica en la Facultad de Medicina de la UBA un modelo experimental de protección al infarto cardíaco por aclimatación simulada a la altura. Como el reconocido artista que es en la escena contemporánea, que expuso en los museos y centros culturales más relevantes del país, trabaja muchas materialidades: una es el fuego, elemento ancestral que -como él mismo señala- ha modificado la vida en la faz de la tierra y la cultura humana desde hace 40 mil años.

Dejar la huella: en el aula-laboratorio donde hizo la residencia de Bienalsur en Nápoles, el artista imprime en humo sobre vidrio su propio cuerpo, con ropa de calle

“Trabajar con fuego, la materialidad básica, como el albor de la cultura, tiene en Nápoles una dimensión importante; estás al pie del Vesubio”, reflexiona en diálogo con LA NACION. De inmediato, la memoria hace girar la rueda del tiempo hasta ubicar la famosa y devastadora erupción que sepultó las antiguas ciudades de Pompeya y Herculano. “Eso sumó una capa de sentido”, reconoce. Y cuenta cómo durante un mes vivió ese proceso de creación en un aula que convirtieron en laboratorio, con grandes velas y el tizne sobre papel y vidrio. “Al principio se preguntaban: por qué hay fuego ahí dentro, qué está pasando. Me confesaron que estaban atemorizados. El tema de lo calcinado levantó tanto revuelo que los profesores quisieron participar, y los no docentes también, y después los estudiantes vinieron a poner el cuerpo. Me acuerdo que les dije: yo no puedo venir de saco, trabajo en zapatillas tirado en el piso”, se ríe, desacartonando las jerarquías rígidas de la academia. Justamente la obra de La Padula deja a todos igualados: alumnos, ordenanzas, docentes, ahora por igual son parte de esta colección.

“Este tipo de obra anatómica con humo, acá, en la escena del arte contemporáneo, me dicen que da mortuoria, que es un poco pesada, oscura. Pero cuando llegué al museo y vi lo que tenían en exhibición pensé que podía quedar liviano”. Es cierto, en el contexto, la suya es de las piezas menos trágicas dentro de esta historia de “la medicina tratando de preservar la vida ante ante la muerte”.

El hombre de humo, pieza central de

Guerra, filosofía, cuerpo, mujer, aniquilación, vida y muerte. El visitante que llega a este espacio después de recorrer todo el museo de ciencia puede enfrentarse a la pregunta: ¿Por qué la experiencia se percibe más emocional que científica? “Así como Mascagni creó una nueva anatomía en su tiempo –cierra Papa–, esta instalación propone una anatomía contemporánea, más poética que didáctica. Dentro de dos siglos, quizá se hable de ella como hoy hablamos de los atlas anatómicos históricos”, se aventura. ¿Cómo van a interpretarlo las generaciones futuras? Esa es otra pregunta, que necesariamente queda flotando.

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